domingo, 1 de agosto de 2010

¿Quién dijo?

Aquel a quien se le ocurrió el chiste de que no es lo mismo ir a las ruinas de Machu Picchu que venga un macho te meta el pichu y te deje en ruinas, no tenía idea de lo que estaba diciendo. Y lo digo con conocimiento de causa porque he tenido la maravillosa oportunidad de comprobarlo. Cuando relato ese viaje la gente me mira como si fuera una loca y si me escucho a mí misma por un segundo, me suena una experiencia traumática, irrepetible. Y lo es. Ninguno de los que viajó conmigo volvió siendo la misma persona. Porque los cielos llenos de estrellas, las escaleras interminables, la lluvia incesante, las comidas horribles y las consecuencias de todo ello, nos enseñó que cualquier plaza puede ser el mejor restaurant donde se puede cenar, almorzar y merendar. Que las camas sucias y duras no bastan para cortar el sueño. Que los mosquitos pueden ser mucho más pequeños y feroces que los pampeanos.

Les podría hablar de montañas, de islas a miles de metros de altura sobre el nivel del mar y también del mar. De la sal en los pies y en el pelo. De las frutas pequeñas y las carnes sin sabor. De la inmensa variedad de sopas que probé. Podría nombrar algunas de las cientos de ruinas que visitamos. De lo maravillosas que eran las civilizaciones pre-hispánicas y de cómo les robaron todo lo que tenían. Hasta las puertas de los baños y el agua para tirar la cadena. Y recomendarles que tomen de té de coca para paliar los efectos de la altura. Pero ninguna de todas esas cosas hermosas y tremendas a la vez, serían dignas de ser recordadas sino fuera por el hecho fundamental de que me encontré con un pelado, un negro, un colorado, un alto y un petizo y de que siempre estuvo Laura al lado mío. Entre todos descubrimos que la mejor manera de sobrellevar las situaciones límite a las que nos expuso semejante viaje, era reírse de absolutamente todo. Y entre las descomposturas, las deshidrataciones, las heridas y los puntos, los resbalones al precipicio y la fiebre que amenazaba todo el tiempo, entendimos que el mejor remedio era un chiste y una canción a capela. Es cierto que consumimos cantidades industriales de ibuprofeno y manteca de caco, pero sabíamos que sólo se activaban con abrazos apretujados. Yo comprobé una vez más que todo se puede compartir y así vale mucho más.

Asique si tengo que hablar de la herencia de mi tortuoso recorrido por el norte argentino, Bolivia y Perú, diría que la piedra sagrada de las ruinas fueron esos seis personajes que me acompañaron por unas semanas imposibles de olvidar. Porque gracias a ellos volví en ruinas, es verdad, pero con una sonrisa de oreja a oreja, unos cuantos sobrenombres nuevos y mil anécdotas más para recordar.

6 comentarios:

  1. COMO DICE LA CANCION LINDO HABERLO VIVIDO PA PODERLO CONTAR.

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  2. Estas loca hermanitsssss..! pero te re bancoooo..!! tkmsssssssssss besosss

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  3. que changuita che!!! me emociona ser reconocido como "un pelado" en tan prestigioso blog.

    te quiero changa!

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  4. Jajaja que locura todo lo que vivimos!! Y qué lindo fue... y también pienso que fue tan lindo por haberlo compartido con vos. Quién diría que el viaje juntas tan esperado y merecido no iba a ser otra cosa que uno de los mejores viajes de nuestras vidas... te adoro y mucho! Lau.-

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  5. Que grande Sofi!
    Muy cierto lo que contas del viaje!
    Besos!
    (el que se deshidrató)

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  6. me encanto lo q escribiste!
    y estoy mas que emocionada por vivir esta aventura este año! me voy con 4 amigas donde las risas y los apretujones van a ser de sobra!!

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