Manuela

Manuela llega con el mismo peinado de cuando éramos chicas. Exactamente el mismo color. Las uñas largas, rojas, impolutas. La envidia de todas sus clientas. Shogging arriba del obligo, dos camisetas, sweater, chaleco. Cartera al hombro. Se sienta, se prende un pucho y empieza a resolver palabras cruzadas. Lo hace casi automáticamente porque ya sabe todas las definiciones. Nunca un espacio en blanco. Nunca una duda. Nos ve llegar y se le dibuja una sonrisa en la cara. Me mira lo que tengo puesto... “que lindo eso nena! La abuela no tiene nada...” En vano son los intentos de sacarla a hacer compras, ella se arregla con lo tiene.

Siempre me encantó estar con la abuela Manuela. De chica, me quedaba a dormir en su casa todos los viernes. El abuelo se iba al club y nos quedábamos las dos mirando tele hasta tarde en la cama. Estoy segura que le sacudía la cama más que mi abuelo (que es una mole), moviéndome porque como siempre, no me podía dormir. Pero a ella no le importaba. Si había tormenta mucho mejor. Nos íbamos las dos abrigadas a la terraza a ver como caía la lluvia y los rayos. La Manu me enseñó a amar las tormentas. Todavía hoy cuando hay una, me quedo un rato mirándola, recordando esos momentos. Me imagino con la remera violeta llena de piedras brillosas que me ponía para dormir siempre que estaba en su casa.

Quizás lo supo siempre y es una añoranza de su juventud. Pero la abuela siempre fue para mí (y para mis primas también) un parámetro de glamour. Con su casa de dos pisos, los sillones de cuero, el tapado de piel. Me acuerdo que siempre nos peleábamos para ver quien iba a heredar su ropa, sus anillos... la mirábamos con tanta admiración! Hoy, un poco más grande y viéndola objetivamente, la admiro por cosas más importantes. El ímpetu que siempre tuvo, como de una estantería en una peluquería de La Emilia, llegó a tener una perfumería en pleno centro nicoleño. Las clientas la adoran y se pelean por ver quién hace más años que va a comprar.

Así es que yo siempre me sentí orgullosa de tener una abuela poco convencional. Una que se maquilla todas las mañana y se va a trabajar. Que cocina de vez en cuando. Que le encanta leer y que sabe de todo. Es cierto que con los años se puso un poco más quejona, tiene más panza y más culo. Pero le sigue teniendo paciencia al abuelo Pocho, que no para de hacerle chistes y de molestarla. Pero la espera siempre con la comida lista, esos son sus mimos, ella lo sabe.

Es imposible negar que soy su nieta. Tengo el mismo cuerpo que tenía ella a mi edad. Ayer mismo me medí un vestido suyo que uso hace más de 20 años y me quedaba perfecto! La cola parada y las caderas anchas. Poco pecho y piernas un poco cortas. Pero ojo! No lo digo a modo de crítica. Si cuando yo tenga su edad estoy como ella... bienvenida sea la herencia! y aunque nunca nos salga decir “caaamine ajuer!”, ni el “más vale así nena...”, estoy “seguuuuura nena” que la abuela va a estar siempre ahí para darnos un gusto, porque para nosotras nunca hubo un no (sino pregúntenle a mi mamá que cuando casi le pega un chirlo a mi hermana, ella le levantó la mano y casi la mata). No logramos que vuelva a hacer buñuelos, pero de vez en cuando se aparece con una tortilla, con un morenito. Las ensaladas que condimenta de manera perfecta.

Esa es mi abuela y como nunca voy a poder decir con palabras lo importante que es para mí, sólo me queda decir... Maaaaa si Manuela, yo que vos, me lo compro!