martes, 31 de agosto de 2010

Colorín colorado...

Supongo que fue en el momento en que empecé a escribir en este blog cuando me di cuenta de que todas las personas que viven en el mundo de los libros no son más que retratos dibujados con palabras de personas del mundo real. Así caí en la cuenta de que mi familia, mis amigos y el mundo entero que me rodea merece ser contado. Que cada una de las personas que conozco puede ser un personaje de novela. Que los detalles que los caracterizan son esas cosas hermosas que leemos en los libros. Que todos en algún momento somos La Maga de Cortázar, el mudito o la Peta Ponce de José Donoso, o la Eva Luna de Isabel Allende. Que como familia podemos ser tanto los Bertoti como los Buendía. ¿Quién en algún momento no se sintió en la Metamorfosis? Y desde las Memorias del subsuelo sentir la Insoportable levedad del ser. Con las boquitas pintadas, sentir que somos esa Verónica que decide morir. Y con las trenzas apretadas ver llegar los días del venado. Recordar nuestra historia en la fiesta del Chivo. Ver como se nos desvanece el mundo, como entrando en un mar de leche, por la ceguera que se contagia. Que somos mujeres que corren con los lobos, mujeres de ojos grandes, que en su camino sienten el sonido de la montaña. ¿Quién alguna vez no miró el cielo y pensó que la noche estaba estrellada y que podía escribir los versos más tristes esa noche? Preguntarnos si la vida es sueño, sino estamos siempre luchando contra los molinos de viento y entender al final que lo esencial es invisible a los ojos.

Y quizás porque dejé de buscar mi vida en las novelas, empecé a ver mi propia vida como una novela. Ahora, cada día que comienza es un “había una vez” y cada vez que vuelvo de ver a mi familia tengo la sensación de que se escucha un “colorín colorado este cuento se ha terminado”...

Pero si este te gusto, otro día te cuento otro..

domingo, 8 de agosto de 2010

Hoy Cumple Años: Florencia

En un día como hoy, pero hace 25 años, nació mi amiga Florencia. Lo festejamos de noche y de día, con tortas y con vino. Pero no podía faltar el homenaje que, en este día tan especial, le dedica La Lucha Contra La Herencia. Asique si andan con ganas de chusmear las intimidades de una amistad añeja, pueden clickear en su nombre, o mejor en el apodo: TOPO.

viernes, 6 de agosto de 2010

Hoy Cumple Años: Ariel


El primer hombre que aparece en la sección Hoy Cumple Años. Mientras espero la previa que va a repetir la escena que se ve en la foto, él prendiendo un pucho y yo robándoselo, me puse a escribir sobre un personaje bastante particular. Si quieren verlo, pueden hacer un click por aquí.

miércoles, 4 de agosto de 2010

24 hs. de locura

En general cuando uno se dispone a escuchar o, en este caso, a leer un anécdota que sucedió en Humahuaca no puede relacionarlo con la locura. Eso, cuando no nos incluye a Laura y a mí, que por una fuerza centrífuga, transformamos todo lo que vivimos en un delirio.

Llegamos una mañana de enero a Humahuaca. Hacía un calor de morirse y cargábamos en nuestras espaldas unas mochilas pesadísimas y una resaca insoportable, cuyo peso se agravó teniendo en cuenta que habíamos dormido pocas horas, la mitad de las cuales transcurrieron en un colectivo. No habíamos hecho ni una cuadra, cuando se nos acercó un muchacho. Parecía haber nacido por ahí, con esa inocencia y bondad que tienen los norteños. Nos ofrecía un hostel. Tenía, que casualidad, una habitación para dos, a un precio tan accesible ($10) que era obviamente sospechoso. Pero justo teníamos los reflejos atontados por los niveles de alcohol en sangre. Caminamos con él varias cuadras, muchas más de las que podíamos soportar. Llegamos y el hostel tenía el siguiente panorama: una casa vieja, con olor a humedad, el baño era compartido, las sabanas viejas y casi transparentes colgadas al sol, una heladera prehistórica. Lo atendía un músico de folklore, morocho y con los rasgos típicos de la zona. Nos muestra la habitación... todavía me parece sentir ese olor a adobe humedecido. Una cucha de perro habría sido mejor. Tenía dos camas de hospital que cuando te acostabas quedabas doblada en 45 grados y que, para colmo, estaban separadas por unos escasos centímetros. Esta bien... una ventana era mucho pedir, pero mínimamente un picaporte podría haber tenido, no? En fin... miramos alrededor y vimos que la luz con la que contábamos era una lamparita que se enchufaba. Y justo que teníamos que cargar el celular! Bue... nos quedaremos a oscuras, pensamos, si total sólo queremos dormir.

Yo creo que si hubiera estado un poco más cerca del centro nos hubiéramos ido. Pero de solo pensar en cargar otra vez las mochilas, pensamos que era mejor el mal de chagas. Asique nos acomodamos, en la medida de lo posible, y nos pusimos a charlar con unos pibes que paraban en el mismo hostel y que, encima, parecían muy conformes con el lugar. Uno de ellos, era un cordobés. Con la gracia que los caracteriza me empezó a contar que había llegado hasta Humahuaca en un camión jaula, que en realidad lo había dejado en el medio del Chaco y que de ahí no se cuantas veces había hecho dedo. Todo esto lo relataba mientras afinaba la guitarra y su amigo tocaba uno de esos pianitos de viento. Sé cuán ilógico suena, y, la verdad no se bien cómo funcionan, pero mientras tocaba, soplaba por una boquilla.

Nos tiramos un ratito a dormir. Al menos lo intentamos. Pero estabamos demasiado tentadas y pasadas de vuelta. Decidimos salir a conocer la ciudad. Caminamos por el centro. Pero todo era tan dificultoso, la resaca que nos mataba y el sopor de la siesta se hacía insoportable. Humahuaca es un pueblo chiquito, pero igual nos metimos en la casa de turismo para ver que podíamos hacer. La atendía una señora regordeta que estaba completamente dormida. Pagamos un mapa que encima tenia mal las referencias asique dimos mil vueltas sin saber a dónde íbamos. Nos recomendaron ir al mirador y hacía allí emprendimos nuestro camino. No habíamos hecho ni diez cuadras por un lo que parecía un camino en el medio de una villa, cuando decidimos que era demasiado lejos. Volvimos al centro y nos antojamos con un helado. Nadie que tenga un paladar medianamente decente se puede antojar con un helado así. Igual lo tomamos y nos sentamos en la puerta de una casa a escribir el diario de viaje. En eso, se nos acerca un rastaman que habida cuenta del olor que emanaba se notaba que hacía varios días que no se bañaba y que andaba con muchísimas ganas de charlar. Eventualmente nos lo sacamos de encima y nos sentamos a tomar unos mates y galletitas de agua en el monumento del centro. Por ahí había un grupo de chicos de los cuales dos se iban a trasformar en nuestros compañeros de viaje hasta el final.

Volvimos agotadas al hostel dispuestas a bañarnos y acotarnos. Pero estaba todo el grupo de folklore preparándose para la presentación de esa noche en un peña que quedaba en el barrio que habíamos recorrido a la tarde. Huimos despavoridas a la cuchita después de haber prometido que íbamos a ir. Esperamos hasta que se fueran y salimos a comer. Llegamos a un barcito en una esquina dispuestas a comernos unas ricas empanadas. Pero la moza estaba decidida a no darnos bola y a traernos la mitad de las cosas que pedíamos. Encima tuvimos que compartir la mesa con una pareja que no paraban de reprocharse cosas y discutir y es obvio que en esas situaciones uno quiere escuchar todo lo que dicen. Asique prácticamente no hablamos entre nosotras. Salimos de ahí totalmente insatisfechas. Volvimos al hostel y nos encontramos con unas chicas que habían querido comprar tres porciones de pollo con papas y les habían dado tres pollos enteros con papas y nos querían dar a nosotras. Negamos la invitación y ahí sí, nos acostamos a dormir acostadas en la cama pero metidas adentro de las bolsas de dormir. Las sábanas no daban asquito.

A la mañana siguiente nos levantamos bien temprano para bañarnos. Todos parecían dormir, pero por suerte había alguno despierto que nos ayudó a prender el agua caliente que era un sistema de los más complicado e ineficiente. La bañera estaba resbalosa. La cadena se tiraba con hilito que nunca supimos de donde venía. Hicimos lo más rápido que pudimos y nos escapamos excusándonos de no haber ido a la peña por una supuesta fiebre que me había agarrado a mí. Y prometiendo, falsamente, volver algún día. Llegamos a la terminal. El colectivo estaba atrasado y Lau se acercó a unos pibes. Uno tenía un gorro rasta, otro estaba a las puteadas y el otro nos contaba que el día anterior habían cruzado la frontera de Bolivia y les había pasado de todo. Nunca nos imaginamos que se convertirían en nuestros compañeros y protectores y que ese mágico viaje nos iba a dar la oportunidad de volver a Humahuaca y verla con otros ojos.

domingo, 1 de agosto de 2010

¿Quién dijo?

Aquel a quien se le ocurrió el chiste de que no es lo mismo ir a las ruinas de Machu Picchu que venga un macho te meta el pichu y te deje en ruinas, no tenía idea de lo que estaba diciendo. Y lo digo con conocimiento de causa porque he tenido la maravillosa oportunidad de comprobarlo. Cuando relato ese viaje la gente me mira como si fuera una loca y si me escucho a mí misma por un segundo, me suena una experiencia traumática, irrepetible. Y lo es. Ninguno de los que viajó conmigo volvió siendo la misma persona. Porque los cielos llenos de estrellas, las escaleras interminables, la lluvia incesante, las comidas horribles y las consecuencias de todo ello, nos enseñó que cualquier plaza puede ser el mejor restaurant donde se puede cenar, almorzar y merendar. Que las camas sucias y duras no bastan para cortar el sueño. Que los mosquitos pueden ser mucho más pequeños y feroces que los pampeanos.

Les podría hablar de montañas, de islas a miles de metros de altura sobre el nivel del mar y también del mar. De la sal en los pies y en el pelo. De las frutas pequeñas y las carnes sin sabor. De la inmensa variedad de sopas que probé. Podría nombrar algunas de las cientos de ruinas que visitamos. De lo maravillosas que eran las civilizaciones pre-hispánicas y de cómo les robaron todo lo que tenían. Hasta las puertas de los baños y el agua para tirar la cadena. Y recomendarles que tomen de té de coca para paliar los efectos de la altura. Pero ninguna de todas esas cosas hermosas y tremendas a la vez, serían dignas de ser recordadas sino fuera por el hecho fundamental de que me encontré con un pelado, un negro, un colorado, un alto y un petizo y de que siempre estuvo Laura al lado mío. Entre todos descubrimos que la mejor manera de sobrellevar las situaciones límite a las que nos expuso semejante viaje, era reírse de absolutamente todo. Y entre las descomposturas, las deshidrataciones, las heridas y los puntos, los resbalones al precipicio y la fiebre que amenazaba todo el tiempo, entendimos que el mejor remedio era un chiste y una canción a capela. Es cierto que consumimos cantidades industriales de ibuprofeno y manteca de caco, pero sabíamos que sólo se activaban con abrazos apretujados. Yo comprobé una vez más que todo se puede compartir y así vale mucho más.

Asique si tengo que hablar de la herencia de mi tortuoso recorrido por el norte argentino, Bolivia y Perú, diría que la piedra sagrada de las ruinas fueron esos seis personajes que me acompañaron por unas semanas imposibles de olvidar. Porque gracias a ellos volví en ruinas, es verdad, pero con una sonrisa de oreja a oreja, unos cuantos sobrenombres nuevos y mil anécdotas más para recordar.