
Mi familia es de esas que cada dos por tres meten la pata. Todos por deformación genética tenemos la boca más rápida que la cabeza y por eso nos hemos mandado unas cuantas metidas de pata. Algunas pasaron desapercibidas, para nuestra suerte, y otras... otras son inolvidables. Una de éstas les quiero contar hoy.
Resulta que estábamos en una pizzería cenando con mis padres de lo más tranquilos, cuando llega una pareja amiga y se sientan con nosotros. El tema es que el normal de la población, entre la cual me incluyo, cada vez que nos encontramos con un profesional, hacemos consultas tontas, o sea, sobre esas cosas que no nos tomaríamos el tiempo de ir a un consultorio o a un estudio. Si son abogados, algún problemita de sucesión o de reintegro de impuestos, derechos del consumidor, etc. Si es un doctor, le consultamos alguna dolencia que nos agarra muy esporádicamente; y si es alguien que sabe de computación le pedimos que nos saque ese maldito virus que se le reenvía a todos nuestros contactos. Pero la cuestión es que mi papá es arquitecto y esta señora, que, vale aclarar, tiene unos cuantos kilos de más, unos cuantos si… tiene la fantástica y maravillosa idea, aunque estéticamente dudosa, de hacerse una bañadera de vidrio. Entonces mi papá le empieza a explicar que sí, que se puede hacer, que lo primero que había que ver es si el piso está preparado para soportar tanto peso y tener cuidado de que no se rebalsara. Ahí cruzamos una mirada con mi mamá. Había metido la pata hasta el tobillo, todavía estaba a tiempo de salir. Pero no. Agrega que, de todas formas, se puede hacer, pero que lo hay que fijarse bien es que el vidrio sea resistente y que esté bien unido y aclara que, si se puede hacer en los aquarios para tener a las ballenas, como no lo va a poder tener ella! Para esa altura, ya no sabíamos donde meternos. La señora en cuestión no se daba por aludida y nosotros no podíamos dejar de mirar como comía impunemente una tremenda milanesa con papas fritas. Podría haber quedado ahí, embarrado hasta la rodilla y hubiera sido una anécdota más. Pero tenía que agregar algo y meter la pata, ahora sí, hablando mal y pronto, hasta las pelotas. Le comenta, medio entre risas, que sino se puede hacer una pileta redonda como la de la Tota Santillán que usaba para hacer aqua dance… ya estaba todo perdido. Inventando un sueño que no teníamos y alguna otra excusa más, huimos despavoridos.
Quince minutos más tarde, todavía estábamos en el auto en la esquina de la pizzería tratando de parar de reírnos para poder arrancar y volver a casa.
LLORE DE LA RISA, FUE UN MOMENTO LOQUISIMO, TAN LOCO COMO VOS AHORA QUE LO RECORDAS TAN BIEN.
ResponderEliminarjuajaujaua cada vez que me lo cuentan lloro de la risa!! que padre unico que tenemos!! y cuantas mas de esas anecdotas hay!
ResponderEliminarLo peor de todo es que me dejaron a mí ahí sin tener a dónde rajar!!
ResponderEliminarjaja, me morí de risa!!! Tenés que publicar esto en una revista.
ResponderEliminarsaludos!
Jaja es una muy buena anécdota, de hecho te imagino contándola y por suerte no la sabía, ya que me causó mucha más gracia... igualmente te digo, si vas a escribir en un blog todas las metidas de pata, directamente sacá un libro, el cual tendrá unos 16 tomos... jaja como siempre te dije: qué linda familia que tenés! Lau.-
ResponderEliminarjajajajajaa mas o menos como cuando entre con mi viejo a una casa de porcelana china (con dueño hongkones) y mi viejo se empezaba a hacer el que hablaba chino "chin chun chan" y yo BASTA PAPA!....con la diferencia q esto es mucho peor! jajajajaa
ResponderEliminar