Laura

Laura produce un sonido especial cuando llega. Tiene una pisada fuerte, casi golpeando el piso. Como si llevara todo el peso de su alma en los talones. Toda así es ella. Si se ríe, se ríe a carcajadas. Si habla, habla a los gritos. Y si llora, es el fin del mundo. Con su paso, demuestra cuan linda, flaca y segura de sí misma se siente. Con una expresión y una gracia indescriptible cuenta historias descabelladas, y con palabras apresuradas le quita valor a las miles de cagadas que se manda. Todos los que alguna vez estuvimos alrededor suyo, y especialmente yo, que compartí unos cuantos años de su vida, sabemos que Laura es bruta. Se choca las cosas, las rompe y tiene unas cuentas cicatrices que exhibe orgullosamente como heridas de guerra.

Pero su armazón tiene grietas. Grietas que desconciertan al oyente desprevenido cuando su cabeza imagina conflictos donde no los hay, situaciones insuperables, relaciones que no se pudieron cerrar y quien sabe cuantas cosas más porque todos en algún momento nos perdimos en el largo monologo. Tuvo tantos amores reales como imaginarios y de alguna forma u otra, nos enteramos de ellos hasta en el más mínimo detalle. Esa es mi amiga Laura. En el contraste, tengo la sensación de que su vida transcurre en un escenario, ella siempre es la protagonista y cada papel es tan intenso como maravilloso. Es cierto que todos vivimos en nuestro propio teatro, pero nadie logra el dramatismo con el que ella maneja su vida cotidiana.

Nos encanta identificarnos con la amistad que tiene su abuela con una señora, que parece que hace años que son amigas, tantos años, que ya se sienten de la familia. Algún tiempo atrás, propusimos una teoría bastante particular: el vínculo que nos une comenzó hace varios siglos. La cosa sería más o menos así: nuestros sucesivos ciclos de reencarnaciones nos mantuvieron cercanas y nos hicieron partícipes de los grandes momentos de la historia. Laura y yo, fuimos hippies, vivimos en la época de la dictadura, nos pusimos unos hermosos vestidos en el renacimiento y formamos parte de la liberación femenina usando pantalones y fumando cigarrillos en lugares públicos. Como ésta, tenemos otras tantas teorías, que probablemente surjan de ese clima particular que se genera cada vez que nos juntamos.

Prefiero no saber exactamente cuantos años hace que somos hermanas. Quizás todo empezó con la primer travesura que hicimos juntas, o tal vez, fue mucho después, en el momento en que nos entendimos. Yo aprendí que cuando Laura empieza a hablar no hay quien la pare y hay pocos comentarios válidos. Que le cuesta escuchar y que sus consejos siempre comienzan con una comparación, a veces forzada, de sus experiencias. Ella habrá aprendido a aceptar otras cosas que yo ni siquiera sé, pero que con la misma persistencia con la que se enfrenta a la vida, se enfrentó a mis locuras. Y nunca nada fue tan grave como para dejar de hablarnos por un día.

Describirla por completo sería imposible. Y aunque hay pocas personas que la conozcan tanto como yo, hay pocas partes de su personalidad que puedan describirse con palabras. El resto son coloridas sensaciones.