Guillermo

Mordisqueando una pipa llega mi tío Guillermo. Mientras habla, agarra la pipa y la mueve de forma extraña: la pasa por los dientes, levantándose el labio de arriba y después se rasca la nariz. La pasa de un lado a otro de la boca. Hasta que se cansa de usar la misma y prende otra. Porque si hay algo que Memo tiene en abundancia son pipas. Cada una tiene su particularidad, su historia y un sabor único que sólo él reconoce.

Si hay que decir la verdad, tendré que decir que el tío es bastante quejoso. Pero más allá de la rabia que le puede producir que el otoño se adelante y que por eso nosotras dejemos de llevar malla al campo, boicoteándole el verano con una impunidad que lo exaspera, o las rabietas que le producen las peleas con Lulú, la que más lo saca de las casillas es Lola, la perra, que le roba las medias, se hace pis adentro (por la emoción) y sobre todo, jamás, pero jamás le hace caso. Así que si se dan una vueltita un domingo a la mañana se van a escuchar los gritos de ¡Lola, deja eso!, ¡Lola venía para acá! Moni, esta perra de mierda no me hace caso! En fin... sino fuera por eso no sé de qué nos reiríamos. Además se queja del trabajo, pasaron los años y con ellos se fueron sus ganas de trabajar. Pero con una resignación y una perseverancia admirable, está siempre en el estudio, con las liquidaciones a tiempo y manteniendo a sus clientes como se debe.

Igual le erró de profesión. Debería haber sido masajista. Él lo sabe. Por suerte nos tiene a todas nosotras que somos tan buenas que lo hacemos practicar cada vez que lo vemos con las manos vacías. Memu, haceme un poquito acá que me duele. O sino indirectas al estilo de, “uf... no sabes como tengo el cuello”, y en seguida se acomoda con la pipa en la boca y te hace unos masajitos re lindos: afloja los nuditos, estira el cuello y al final una apretada para completar. Ahora llegó el momento de que lo sepan: yo soy la paciente preferida. En cuanto puede se escapa a Buenos Aires y siguiendo sus costumbres, comenzamos la rutina (porque Guille es, definitivamente un hombre de costumbres). Entonces... llega cerca del mediodía, me avisa cuando está llegando así yo voy preparando el mate, me llama cuando está abajo porque nunca se acuerda qué departamento es, charlamos y mientras él se fuma una pipa, yo me fumo unos cigarrillos, y recién cuando ya nos pusimos al día pasamos a los masajes. Primero, hay que corroborar la hora, si tenemos tiempo es un “completito” y si estamos apurados un “rapidito”. De pies a cabeza, me afloja por completo y no importa si después tengo que estudiar toda la tarde porque la relajación me dura días. Pero antes de irse, tenemos que ir a comer. Casi siempre al mismo lugar. Porque el tío es así, si le gusta un lugar no hay quien lo haga ir a otro.

Otros de sus mimos, de su forma de decirme cuanto me quiere, es controlarme cuando me viene. Cada tanto, lo cual yo no sé cómo hace pero siempre le pega en la fecha (con un margen de error de unos días), me pregunta si ya me vino. No vaya a ser cosa, no? Después me da un beso en el cachete, agarrándome la cara y me promete que en ésa semana o la siguiente va a ir a Buenos Aires. Y no importa si después no puede ir, porque yo sé que en el fondo él se muere de ganas de meterse en la jungla, a quejarse del kilombo que hay, pero a disfrutar viajando, escuchando su música, fumándose sus pipas y relajarse mientras pisa el acelerador. Porque su auto, es como una especie de ecosistema “guillermista” que hay que saber apreciar en la justa medida. Por ejemplo, la ley dice que cada vez que me subo, me tengo que fumar un mentolado y abrir la guantera para comer gomitas. Ojo eh! Es ley!

Una corbata siempre distinta. Innovación en pasos de baile: el estilo indio y el nuevo hit, el estilo bowling (que incluye improvisación para corroborar el resultado del lanzamiento). Una canción a capela. Unos mates cuando recién se levanta de la siesta en el sillón. Alguna que otra queja. Un whisky y un habano. Mi tío Memo tiene su estilo, no hay con qué darle.

Y yo lo quiero. Lo quiero tanto como se quiere a esas personas que nos hacen sentir que no las podríamos querer más.