Mamá

Mi mamá llega moviendo las caderas. Caderas amplias. Quizás porque ahí es donde guarda una inmensa paciencia, hacia nosotras, hacia mi papá, hacia sus padres, hacia el mundo entero. Pero no hace caso a ese vaivén, viene pensando en otra cosa. Habla sola, gesticula y hace un movimiento raro con los ojos. Yo me río y siempre se lo hago notar, ¿con quién venís hablando, ma? Ella se ríe, se acomoda un rulo atrás de la oreja y en seguida nos ponemos a charlar.

Cuando yo nací ella tenía casi 30 años y llegué para acortarle las noches, para reclamarle cuentos y para hacerla reír con locuras tan mías, tan de ella. Para dormirme me sacudía mucho, me cantaba una canción y ni aún así tenía mucha suerte. Y cuando la llenaba de besos le prometía que nunca la iba a dejar, que no me iba a ir a estudiar a otra ciudad, que siempre iba a estar a su lado. Con una sonrisa llena de amor, me decía que bueno. En el fondo sabía que no era una mentira, pero que tampoco iba a poder cumplir esa ilusión, una expresión de deseo. Después nos empezamos a pelear. Ni hablar de cuando me teñía el pelo y me dejaba toda la frente manchada, como me reventaba!. Y cada vez que me planchaba, me dejaba marchas en la frente y en las orejas, ¡me quemás mamá! Siempre le reclamaba cosas así, cosas estúpidas. Como por ejemplo que mi bicicleta era mala, que en la de mi amiga sí se podía andar. Y ella seguía corriendo atrás mío, y me seguía planchando el pelo y pasándome las tintura.

Si no estamos charlando, estamos las dos leyendo. Y en un momento para, me mira y me dice cuán maravillosa es una parte del libro, entonces me lo lee. Y cuando la escucho pienso que a través de su voz es aún mucho más hermoso. De hecho, si hay una tarea que realizamos entre madre e hija es elegir el próximo libro que voy a leer. Y así como le voy contando por que parte voy, lo bueno o malo que es, también la quiero matar cuando me da uno que no me convence. Porque en la inmensa biblioteca que tiene hay de todo. Exactamente no sé en qué momento se volvió adicta a comprar libros. Cada vez que vuelvo tiene uno nuevo y cada tanto hay que ordenar la biblioteca que le acomodé alfabéticamente y por género, para que al menos sepa qué tiene y que anote a quien se los presta.

Atolondrada al extremo, siempre tiene moretones por todos lados. Nunca fue muy habilidosa para las artes manuales, pero con esas manos un poco torpes, cocina como los dioses. Pizzas, tartas y postres son su especialidad. Mucho de todo y poca pinta, pero increíblemente sabroso y pesado. Además de la literatura, su pasión artística viene por el lado de las artes dramáticas. Actriz de pies a cabeza. Cuando le preguntaba qué le hubiera gustado ser, me contestaba sin pensar demasiado, actriz. Y en cuanto nosotras nos fuimos a Buenos Aires empezó teatro y nada más ni nada menos empezó con La Casa de Bernarda Alba. De ahí nadie podría habérsela imaginado haciendo de Campanita en Peter Pan, pero ella lo hizo con el mismo entusiasmo con el que preparó a la Señora Logan. Fui a verla tantas veces que ya me sabía todo de memoria, pero nunca podía dejar de disfrutarla y de sentirme orgullosa.

A mi mamá se le pierden las llaves, nunca sabe dónde dejó las cosas. Se olvida de casi todo lo cotidiano, porque siempre tiene demasiadas cosas que hacer. Pero siempre tiene tiempo para un mimo, para un llamado por teléfono. Para comprarse algo de ropa que sabe que a la larga le vamos a robar. Aún así siempre está linda, maquillada y perfumada. Se ríe a carcajadas, grita con facilidad. La mata el picoteo. Siempre con un migral en la cartera, los labios pintados y una sonrisa en los ojos. Cuatro besos de un lado, cuatro del otro y uno más de cada lado, así no se queda renga dice. Inventa la letra de las canciones: ¿se está rifando un corazón?.

Una mujer como pocas, una mamá única y una empresaria exitosa. Si tuviera la posibilidad de elegir a una madre, definitivamente me volvería a quedar con ella. Porque además del parecido físico, creo que tengo tantas cosas suyas, que es obvio que sin ella, yo no sería nada.